martes, 25 de febrero de 2014

Solidaridad Social

El otro día leía en un medio local las declaraciones que el SUP (Sindicato Unificado de Policía) realizaba valorando la medida de una presencia policial continuada en el barrio de Buenos Aires y la problemática que estaba ocasionando: “Tener una patrulla permanente en Buenos Aires hace que la seguridad se resienta en otras zonas de la ciudad” (salamanca24horas.com, 24 de febrero de 2014) el sindicato denuncia la poca participación que tienen los policías a la hora de ser consultados e informados sobre si la medida es efectiva o no, a la vez que reclaman mayor implicación de las administraciones públicas: Ayuntamiento, Junta, Agencia Tributaria,  para solucionar el problema del narcotráfico y la inseguridad en la zona.
Las declaraciones del portavoz, que sirven de titular, alertan mi razonamiento, y en los comentarios de otros usuarios desgraciadamente ratifico mis sospechas. La situación de crisis económica que vivimos ha provocado que la desigualdad social se dispare a niveles de hace cuarenta años, y esto lleva consigo una crisis social y de valores generalizada que están padeciendo parte de la sociedad. La pobreza no solo se convierte en estigma social, sino que se criminaliza como consecuencia de ese  “¡Sálvese quien pueda!” en el que parece que vivimos. Me explico: alguno de los lectores expresan su mal estar por destinar medios públicos de seguridad a un barrio marginal lleno de “gitanos y de kinkis”, dejando desprotegida a la gente de bien.
El problema no radica en esos sentimientos racistas, xenófobos e insolidarios que se intensifican en períodos de precariedad económica. La raíz del problema, se sitúa en la extensión de una conciencia neoliberal que poco a poco ha ido asumiendo la clase media española, sin darse cuenta del peligro que supone para ella. Esos valores buscan la destrucción de la solidaridad en la que se basa nuestra Seguridad Social y nuestro Estado de Bienestar. Ese individualismo es el que lleva a potenciar los planes de pensiones privados por miedo a quedarte sin jubilación; es el que justifica las subvenciones a centros concertados, (educativos o sanitarios),  con el argumento de que así se facilita que cualquier persona pueda recibir la buena atención que se presta en los centros privados, o el que lleva a plantear la posibilidad de una seguridad privada ¿Realmente alguien de los que critican que haya presencia policial continua en el barrio de Buenos Aires piensa que esa atención deberían pagarla ellos porque es un extra que no se merecen? No lo creo.
Nos han metido el miedo en el cuerpo y nos han convencido de que lo privado es mejor que lo público y no es cierto. Debemos reivindicar nuestro derecho y exigir al Estado que reconstruya mediante la red de solidaridad social, es decir, la recaudación y distribución equitativa de los impuestos, una amplia cobertura de servicios públicos de calidad. Este sistema debe ser defendido como un derecho irrenunciable de la ciudadanía que sirva de freno para la creciente desigualdad social.

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martes, 18 de febrero de 2014

El charlatán de Comuneros

Llegó el momento. Un público expectante, una puesta en escena cuidada y bien elegida. Traje, corbata, gafas, bien peinado y sonrisa puesta; todo listo para comenzar el espectáculo del charlatán.
Sale confiado pero sin arrogancia. Es consciente de moverse en su terreno y está convencido de saber manejar al espectador, como lleva haciendo durante tantos años. Pero hoy es distinto, algo va mal y lo presiente. Los tiempos se han vuelto complicados para el oficio de charlatán. Las nuevas tecnologías y la crisis han dificultado este trabajo y su fórmula magistral, que soluciona todo y no cuesta casi nada, cada vez es más difícil de vender. Comienza la palabrería y el espectáculo. A su alrededor, camuflados entre la gente, unos y otros en primera fila, amigos y socios le acompañan, dispuestos a lanzar un grito que certifique las propiedades milagrosas del jarabe que todo lo cura, y así animar la venta de la mercancía.
Hoy el ambiente es tenso, demasiado silencioso. Hace poco la gente comentaba en el pueblo que no muy lejos de allí, un ilusionista tuvo que salir corriendo tras ser descubierto el embuste por aquellos paisanos. Nuestro animoso vendedor también lo ha oído, conoce a quien le pasó la desventura, y no quiere que le ocurra lo mismo; por eso lleva días sondeando el terreno; anunciando su producto por allí, comentándoselo al del bar, a la pareja que vive con sus hijos en la esquina o a la viuda que espera en el médico. Quiere asegurarse la venta y no está dispuesto a fracasar.
Continúa con su  perorata pero algo falla, no ha sido capaz de ilusionar como en otras ventas y sabe que esta vez el público es reacio, su producto no convence. Espera la primera oferta que no llega, está nervioso, comienzan las preguntas incómodas y sus respuestas cada vez son más vagas y evasivas. Retrocede, da un paso atrás  y finalmente, tras largas horas de cháchara y sin más trucos que usar, acaba el espectáculo. Nuestro buen charlatán esta vez no ha conseguido vender sus bondades y en un descuido, al acabar, pierde la compostura y sus modales.
Los que le conocen saben que volverá, que es incansable y que su negocio depende de ello. Mientras, ofrecerá otras cosas, igual algún juego nuevo o algún arreglo con el que entretener a otros oyentes. Quién sabe, igual cuando vuelva ha cambiado de producto, igual trae nuevas y mejores soluciones.

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miércoles, 12 de febrero de 2014

Hacer política

Existen varias formas de entender el ejercicio de la política según la ideología de cada uno y la manera que se tenga de comprender la sociedad: conservadores, liberales,  progresistas… o derecha, centro, izquierda son las más representativas si dejamos aparte populismos y dictaduras. En la década pasada, durante la bonanza económica, se quiso extender la idea de que las ideologías estaban pasadas, que habían sido superadas y que lo importante era tomar decisiones prácticas sin pararse a pensar en esas cosas. Fue el ataque de los Neos (neoliberales y neoconservadores) que con esos argumentos buscaban, y consiguieron, desactivar a la sociedad y ponerse una piel de cordero que camuflase sus mandíbulas de lobo. Una estrategia que a la vista de los resultados estaba bien estudiada.
Desde un tiempo a esta parte el argumento ha cambiado y la pasividad de la sociedad y el desánimo se plasma en la frase “todos son iguales”, expresión vieja y manida, sí, pero actualmente muy reforzada por las actuaciones de nepotismo, injusticias y corrupción que estamos sufriendo. Curiosamente aquellos que defendían la era post-ideológica ahora se quejan de la actual situación y en una amplia mayoría, esto es una valoración muy personal,  seguirán quejándose, se abstendrán en las urnas o votarán a los de siempre por inercia.
Pero existe otra forma de entender la política y de hacerla. Quienes entienden que ésta es un medio para alcanzar un bien común, quienes creen realmente que un político no es sinónimo de privilegio sino de responsabilidad ante una ciudadanía que quiere participar, hablar y ser escuchada.
En esta semana puedo poner dos ejemplos de esta nueva política:
Miranda de Azán, municipio adscrito al Bien Común,  tiene la buena práctica de ser transparente en sus cuentas y publicarlas en su web www.mirandadeazan.com, pero esta semana da un paso más y el sábado convocará una asamblea vecinal para, entre todos, decidir la mejor inversión para los Planes Provinciales de Diputación. Un pequeño paso encaminado a unos presupuestos participativos.
El otro gesto es el proceso abierto de Izquierda Unida para elegir, de manera participativa, a los candidatos y candidatas que formen la lista a las elecciones europeas. También la elaboración colectiva de su programa electoral. Hacer partícipe a los agentes sociales (sindicatos, organizaciones, plataformas, etc.) y corresponsables a la ciudadanía. Darles voz y voto en todo el proceso y no solo que refrenden lo decidido por unos pocos en cónclave cerrado. Para mí esto significa madurez democrática. Es muestra de un compromiso social, o de una política comprometida con la sociedad, como mejor se quiera definir.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Rajoy tiene razón

Puede sorprender leer tal afirmación por parte de un militante de Izquierda Unida, pero es que Rajoy tiene razón. A uno le educaron a ser honesto y reconocer las cosas; por eso digo que cuando Mariano Rajoy, en su discurso de clausura de ese estupendo y autocomplaciente congreso celebrado el pasado fin de semana en Valladolid, afirmó que “de la crisis saldremos gracias al esfuerzo y sacrificio de los españoles”, tiene más razón que un santo, o una santa, a elección.
Solo un pequeño matiz. Yo, para ser más preciso, hubiese afirmado que de la crisis saldremos gracias al esfuerzo y el sacrificio de la mayoría de los españoles y españolas. Como solo es un matiz personal, sin ánimo de hacer sangre, se me ocurren dos ejemplos al azar: quien hace esfuerzos por llegar a fin de mes tras haber visto reducido su salario y, en muchos casos, ampliada su jornada laboral de manera ilegal; o quien tiene el sacrificio de hacer frente al pago, copago y repago de medicamentos, vitales en algunos casos, con una pensión que va perdiendo valor adquisitivo.
Resalto ese apunte, porque igual no es lo mismo el esfuerzo de un trabajador que ve congelado su salario mínimo interprofesional, y hace frente a la subida del precio de la luz, de la gasolina, el IRPF, el IVA en general, del material escolar en particular, que al realizado por ese 21% de nuevos ricos que hay en España, o el de los directivos que han visto crecer su salario y retribuciones un 1,6% situándose en una media de 53 veces el SMI. Mucho menos compararlos con el sacrificio que le habrá supuesto a algunos pagar un 10% de multa por legalizar las fortunas que tenían en el extranjero.
Saldremos de la crisis, sí, en parte gracias a la solidaridad ciudadana, ¡Chapó! A no callarse y exigir que la justicia funcione, mal que le pese a algunos; a no conformarse, luchar, y ganar el derecho a tener hospitales públicos; a indignarse ante subidas de impuestos sin sentido o ante obras urbanísticas innecesarias y de oscuros fines.
Tal vez el señor Rajoy lo que debía haber dicho es: “saldremos de la crisis gracias al esfuerzo y el sacrificio de los de siempre”.